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Las cosas por su nombre

24 de Julio 2013

Voy a ser directo: las madres no dan el pecho; pecho tiene Ricardo Fort, una cosa horrible, las madres tienen tetas, y eso es lo que le dan a sus bebés: la teta. No es tan grave decir la palabra teta, no es pecado. Y aunque lo fuera, el Papa Francisco dijo hace unos días que la falta grave en el siglo XXI es la corrupción, no los pecados. Así que no tenemos excusa para no llamarlas por su nombre. Puedo entender que un tipo medio pelutodo por pudor diga pecho, pero que las mujeres –¡que las maestras del jardín!– le pregunten a Kari si le da el pecho a Gretel me parece de una pacatería y de un mal gusto imperdonable. Como dijo el Negro Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua, hay palabras que son irreemplazables y tienen una dignidad de la que sus eufemismos carecen. Pecho es una palabra horrible, sin gracia, cargada de falsa masculinidad, esta cosa de sacar pecho, inflar el pecho, pararla de pecho, pecho frío y demás, en cambio teta, teta es otra cosa: una maravilla de ternura encerrada en cuatro letras que son como una invitación al tartamudeo: señoras, dejen de hablar como los programas de Utilísima y empiecen de una vez por todas a dar la teta, ¡que se acaba el mundo!

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Chupetes

Su relación con el chupete es ambivalente: hay un antes y un después de la teta. Cuando tiene hambre lo prueba, y al darse cuenta que de ahí no sale nada, que es una goma insulsa y estéril, lo escupe lo más lejos posible. Después de la teta, cuando está mamada como un borracho irlandés, se lo pasamos por los labios y ni se inmuta, no lo registra.