Temporada de soliloquios

4 septiembre 2014

 

Todas las mañanas, ella se despierta con ganas de hablar. Los fines de semana incluso, esos domingos lluviosos y fríos que piden a gritos apapachos y sueños largos, no mucho más allá de las siete, ella se despierta, y con ganas de hablar. La escuchamos entre sueños. Habla un rato sola, hasta que se aburre y empieza a llamarnos: papi… ma… papi… ma… con la regularidad y la constancia de la gota que horada la piedra. No nos queda otra que ir. La llevamos a nuestro cuarto con una caja de juguetes y con la esperanza de que se quede por ahí sentada jugando y nosotros podamos cabecear aunque sea veinte minutos más. Pero ella tiene otros planes: quiere contarnos cosas, al parecer tiene mucho para decir, ¡y quiere que la miremos cuando habla! Hacemos un esfuerzo, nos sentamos en la cama; somos dos zombis. Desde nuestro limbo la vemos gesticular entusiasmada: abre los brazos, es muy expresiva, es evidente que se preocupa porque su mensaje llegue con claridad. Sacate el chupete Gretel, no te entiendo nada, le digo. Me hace caso y sigue, su discurso es largo, lleno de digresiones. Su lenguaje está a medio camino entre Panam y los Minions (es más sofisticado que el de Panam, pero un poco menos florido que el de los Minions). Cuando finalmente da por terminada su disertación (o se aburrió del público), vuelve a ponerse el chupete, se da media vuelta y se va con su pasito oscilante a su cuarto, a esperarnos allá. No solo flores trae la primavera, también gorjeos.

 

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